jueves, 23 de junio de 2011

El equilibrio fundamental


“Todo estado de problema, surge inevitablemente de un estado de desarmonía”, cuando estamos enfermos por ejemplo, dicho estado nace a partir de que alguno de los múltiples sistemas que intervienen en la salud de nuestro cuerpo está fallando, ya sea en sus funciones o en su interacción con el resto de las dimensiones que nos conforman, del mismo modo, podemos aplicar este postulado filosófico del desequilibrio y el equilibrio a cualquier otra área que se nos ocurra, la guerra, el calentamiento global, los fanatismos, la timidez, la extroversión hiriente, etc.

 así en la búsqueda de un estado de salud mental, ya sea la paz, la alegría, la plenitud o el nombre que quieras darle, también podemos fácilmente comprender que el camino hacia este estatus de sanidad es intentar lograr la armonía entre los factores que en él intervienen o como dice mi psicoterapeuta “lo mejor en la vida siempre es encontrar el punto de balance” y claro, con una frase así, incluso se puede simplificar el trabajo de un psicólogo clínico a analizar junto con el otro el problema, identificar el desequilibrio, e intentar corregirlo moviendo diferentes piezas hasta lograr el encaje. Lo que además suena fácil, salvo por el hecho de que las variables que intervienen en el ser humano y particularmente en su psicología son tan inconmensurables y de interacciones tan múltiples, que ese punto neutral se convierte en un estado tan idílico como la iluminación espiritual, y si bien, que algo sea idílico no quiere decir que sea imposible, pretender que eso suceda de la nada es algo que raya en lo sobreestimado, claro está que hay experiencias trascendentales que pueden “poner todo en su lugar de un chasquido” pero mientras esperamos que pueda pasar eso, mejor nos dedicamos al arduo trabajo de autocontemplarse a sí mismo (y vale toda la redundancia que he puesto), identificar los desbalances y obrar para su armonización, en un proceso que nunca acaba (porque maravillosamente el ser humano no tiene tope de ascendencia) y que nos entrega además de muchos triunfos y otros menos fracasos, la sensación poderosa de que mi propio ser está a mi mando y no a la inversa.
Este proceso de curación es bastante amplio y complejo, y no pretendo en este escrito describir la formula de la felicidad, en primer lugar porque no la tengo y en segundo lugar, porque dudo que poner un libro de autoayuda completo en una entrada de blog sea precisamente estético. Lo que si haré, como suelo hacer cuando escribo de psicología es, sin profundizar en las teorías complejísimas del psicoanálisis, la transferencia, la histeria, el Eneagrama, o la geometría funcional de la mente, compartir algunos conocimientos que me quedan sonando en la cabeza y que quizás te puedan ayudar a ti en tu propio camino, tal como me ayudan a mí en mi propio camino, y no es que yo sea un asceta en busca de la iluminación, simplemente, soy otro más, que al igual que tu,  sigue un rumbo, aunque no sabe muy bien cual(aunque nadie sabe muy bien el camino por el que anda, pero si lo miras de arriba, siempre anda por un camino)  pero que pretende avanzar y no retroceder y bueno, antes de que me desvíe con mi filosofía de vida, el asunto que convoca este articulo es proponerte una reflexión acerca de tu propio equilibrio.

Hace unos días repasaba un hermoso cuento, que te quiero mostrar antes de seguir, se llama “La alegoría del carruaje”:

Un día de octubre, una voz familiar en el teléfono me dice:
—Salí a la calle que hay un regalo para vos.
Entusiasmado, salgo a la vereda y me encuentro con el regalo. Es un precioso carruaje estacionado justo justo frente a la puerta de mi casa. Es de madera de nogal lustrada, tiene herrajes de bronce y lámparas de cerámica blanca, todo muy fino, muy elegante, muy “chic”. Abro la portezuela de la cabina y subo. Un gran asiento semicircular forrado en pana bordó y unos visillos de encaje blanco le dan un toque de realeza al cubículo. Me siento y me doy cuenta que todo está diseñado exclusivamente para mí, está calculado el largo de las piernas, el ancho del asiento, la altura del techo... todo es muy cómodo, y no hay lugar para nadie más.
Entonces miro por la ventana y veo “el paisaje”: de un lado el frente de mi casa, del otro el frente de la casa de mi vecino... y digo: “¡Qué bárbaro este regalo! Qué bien, qué lindo...” Y me quedo un rato disfrutando de esa sensación.
Al rato empiezo a aburrirme; lo que se ve por la ventana es siempre lo mismo.
Me pregunto: “¿Cuánto tiempo uno puede ver las mismas cosas?” Y empiezo a convencerme de que el regalo que me hicieron no sirve para nada.
De eso me ando quejando en voz alta cuando pasa mi vecino que me dice, como adivinándome:
— ¿No te das cuenta que a este carruaje le falta algo?
Yo pongo cara de qué-le-falta mientras miro las alfombras y los tapizados.
—Le faltan los caballos —me dice antes que llegue a preguntarle.
Por eso veo siempre lo mismo —pienso—, por eso me parece aburrido...
—Cierto —digo yo.
Entonces voy hasta el corralón de la estación y le ato dos caballos al carruaje. Me subo otra vez y desde adentro grito:
—¡¡Eaaaaa!!
El paisaje se vuelve maravilloso, extraordinario, cambia permanentemente y eso me sorprende.
Sin embargo, al poco tiempo empiezo a sentir cierta vibración en el carruaje y a ver el comienzo de una rajadura en uno de los laterales.
Son los caballos que me conducen por caminos terribles; agarran todos los pozos, se suben a las veredas, me llevan por barrios peligrosos.
Me doy cuenta que yo no tengo ningún control de nada; los caballos me arrastran a donde ellos quieren.
Al principio, ese derrotero era muy lindo, pero al final siento que es muy peligroso.
Comienzo a asustarme y a darme cuenta que esto tampoco sirve.
En ese momento, veo a mi vecino que pasa por ahí cerca, en su auto. Lo insulto:
— ¡Qué me hizo!
Me grita:
— ¡Te falta el cochero!
— ¡Ah! —digo yo.
Con gran dificultad y con su ayuda, sofreno los caballos y decido contratar a un cochero. A los pocos días asume funciones. Es un hombre formal y circunspecto con cara de poco humor y mucho conocimiento.
Me parece que ahora sí estoy preparado para disfrutar verdaderamente del regalo que me hicieron.
Me subo, me acomodo, asomo la cabeza y le indico al cochero adónde quiero ir.
Él conduce, él controla la situación, él decide la velocidad adecuada y elige la mejor ruta.
Yo... Yo disfruto del viaje. (Jorge Bucay, psicodramatista argentino)

Esta pequeña alegoría debería servirnos para entender el concepto holístico y multidimensional del ser.
Hemos nacido, salido de nuestra “casa” y nos hemos encontrado con un regalo: nuestro cuerpo. Un carruaje diseñado especialmente para cada uno de nosotros. Un vehículo capaz de adaptarse a los cambios con el paso del tiempo, pero que será el mismo durante todo el viaje.
A poco de nacer, nuestro cuerpo registró un deseo, una necesidad, un requerimiento instintivo, y se movió. Este carruaje —el cuerpo— no serviría para nada si no tuviese caballos; ellos son los deseos, las necesidades, las pulsiones y los afectos.
Todo va bien durante un tiempo, pero en algún momento empezamos a darnos cuenta que estos deseos nos llevaban por caminos un poco arriesgados y a veces peligrosos, y entonces tenemos necesidad de encausarlos. Aquí es cuando aparece la figura del cochero: nuestra cabeza, nuestro intelecto, nuestra capacidad de pensar racionalmente. Ese cochero manejará mejor y a nuestra voluntad nuestro tránsito.
Hay que saber que cada uno de nosotros es por lo menos los tres personajes que intervienen allí a la vez y primordialmente es importante comprender que uno ES, uno no tiene un cuerpo, o un malestar, o unas emociones, uno es su cuerpo, uno es su malestar y uno es sus emociones.
Tú eres el carruaje, eres los caballos y eres el cochero durante todo el camino, que es tu propia vida, la cual lógicamente debe ser vivida por ti y para tus fines.
La armonía deberás construirla con todas estas partes, cuidando de no dejar de ocuparte de ninguno de estos tres protagonistas, porque, aunque no podamos alcanzar fácilmente el equilibrio en todos los aspectos, son estos tres, que quizás tú prefieras interpretar de otra forma, los fundamentales para poder avanzar.
Dejar que tu cuerpo sea llevado sólo por tus impulsos, tus afectos o tus pasiones puede ser y es sumamente peligroso. Es decir, necesitas de tu cabeza para ejercer cierto orden en tu vida.
El cochero sirve para evaluar el camino, la ruta. Pero quienes realmente tiran del carruaje son tus caballos. No permitas que el cochero los descuide. Tienen que ser alimentados y protegidos, porque... ¿qué harías sin los caballos? ¿Qué sería de ti si fueras solamente cuerpo y cerebro? Si no tuvieras ningún deseo, ¿cómo sería la vida? Sería como la de esa gente que va por el mundo sin contacto con sus emociones, dejando que solamente su cerebro empuje el carruaje.
Obviamente, tampoco puedes descuidar el carruaje, porque tiene que durar todo el trayecto. Y esto implicará reparar, cuidar, afinar lo que sea necesario para su mantenimiento. Si nadie lo cuida, el carruaje se rompe, y si se rompe se acabó el viaje.
Recién cuando puedo incorporar esto, cuando sé que soy mi cuerpo, mi dolor de cabeza y mi sensación de apetito,  que soy mis ganas y mis deseos y mis instintos; que soy además mis reflexiones y mi mente pensante y mis experiencias... Recién en ese momento estoy en condiciones de iniciar el proceso de volverme autodependiente, esto incluye la autoestima, el control propio, el uso de los recursos internos, superar las propias debilidades, etc. El primer paso para lograr alcanzar un estado de conformidad con mi propio ser es analizar los pilares fundamentales que lo componen, y sólo una vez siendo armonía conmigo mismo, podré entregar y compartir dicha armonía con el resto de una forma no egoísta pero no dependiente, de una forma equilibrada.
 Antes de buscar el equilibrio con el mundo, debemos encontrar el equilibrio interno, así como dice el cliché, antes de amar debemos amarnos a nosotros mismos, y si bien ese tema da para muchos otros escritos, tiene un fundamento muy simple, “no se puede dar, aquello que no se posee”. Así que la reflexión que ahora propongo para ti y para mi, y que deberé y deberemos hacernos constantemente es simple: ¿Cómo esta mi carruaje? ¿Cómo están mis caballos? ¿Cómo esta mi cochero? ¿Están los caballos desmedidos o apagados, el carro maltratado o el cochero analizando de forma distorsionada el rumbo? ¿Está mi carruaje llevándome hacia adelante? Si sé hacia donde quiero llegar, ¿me está llevando hacia ese lugar?

Lamento mucho no poder profundizar ciertas ideas en estos escritos, intentaré que los artículos sean un poco más específicos… gracias a todos mis lectores