miércoles, 25 de agosto de 2010

Exodo


Era cerca del medio día y el sol se estaba haciendo insoportable cuando el delgado y rubio joven caminaba, patéticamente altanero, la extensa explanada de cemento hacia la calle.
Vestido de negro absoluto, de verano, y con el teclado nuevo al hombro abandonaba su vida tal y como la conocía, todas las personas, los lugares, las cosas; después de todo, haber podido salvar eso  era un triunfo personal, lo que no hacía más que hacerlo sentir peor.
Los guardias lo miraron atentamente, había que reconocer que tenía estilo en el fracaso, no había nadie más, sólo avanzaba con paso decidido hacia la camioneta que lo sacaría de emergencia de Santiago, al sur, era eso unicamente lo que tenia seguro.
El, que prácticamente estaba trabajando por gratitud, lo saludó como siempre – buenos días señor, estoy a sus ordenes- que absurda y absoluta ironía, pensó, no tenia casa ni familia pero aun tenia chofer.
Puso el teclado en el auto y Salió corriendo de regreso, abrió la ventana de su amigo y solo soltó las cartas hacia adentro… “espero me recuerden, siempre los recordare, prometo contar aquello que vivimos juntos, hay batallas en la vida en las cuales se pierde… yo acabo de perder esta, sin embargo, no cuenta la cantidad de derrotas si al final ganas la guerra, lo aprendí de ustedes, resistan,  les deseo lo suficiente(…)”
Mientras se iba una repentina voz corrió tras él, desgarrada , –No lo hagas por favor!-  pero el destino fue inexorable.
Rompió en llanto y sin mirar a atrás apretó el botón que subió los vidrios polarizados…
-sácame de aquí-  el conductor le pasó el arma y aceleró.
 (Capitulo 1, el fin y el principio)

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