domingo, 5 de diciembre de 2010

La verdad


El otro día iba caminando por la calle cuando me di cuenta de la verdad, fue gracias a un pájaro extraño, aunque probablemente no era tan extraño, quizás era de esas típicas aves con nombres conocidos pero que, si nos mostraran una foto, no podríamos identificar, solo basta con que diga algo como “imagínate una diuca” y te darás cuenta de lo inculto que somos respecto a los nombres de los animales, claro, de los animales que no venían en esas galletitas sin sabor.

Bueno, no importa me estoy desviando del tema, el bendito pájaro paso rozándome el pelo y me saco, gracias a dios, del maldito pasatiempo de no tocar con los pies las líneas de nuestras irregulares veredas, supongo que esta adicción a mirar el suelo la adquirí pisando un par de veces caca de perro y que también se vio reforzada el día en que me encontré 1000 pesos en el piso, aun así, creo que no es razón suficiente que justifique no haber visto la verdad antes, tampoco le voy a echar la culpa a mi mama que me presionaba para que “mirara por donde andaba”  porque en consecuencia tendría que echarle la culpa a todos sus (y mis) antepasados que transmitieron la estupidez como plaga.

Sin importar quien sea responsable, todo engaño llega a su fin, y aunque en este caso fue un roce, a veces es un golpe mucho más duro. Ahora que lo pienso la realidad es angustiante pero a la vez gratificante, yo (no sé tú) prefiero una verdad que me haga ver como he perdido el tiempo, que mil mentiras que me mantengan tranquilo mientras se me va acabando la calle y mi vida, junto con ella.

El punto y la verdad en si es que mientras me enseñaban a no chocar a la gente y a no tropezarme (lo que era en el fondo para que no me gritaran imbécil y para que la señora de al frente no se riera de mi)  nadie, absolutamente nadie, me enseño a mirar las cúpulas, así de simple, nadie me enseño a levantar la vista, perderle el miedo a la crítica y el ridículo y mirar lo hermoso de las cúpulas del mundo. 

Lo complejo de todo esto es quizás la inevitable pregunta que viene después de esa conclusión: ¿Cuántas otras cúpulas no me enseñaron a ver?

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